Jesús se paró ante el sumo sacerdote y audazmente declaró quien era
Él. Allí estaba Cristo, sin miedo a la muerte, declarando ante todos
los hombres Su identidad y el juicio de ellos. Su brillante y firme
declaración desató una tormenta como un fósforo en un barril de
pólvora. ¡Oh, qué diferente se hace declarar nuestro testimonio
cristiano, con la presencia del Espíritu Santo en nosotros!
Cuán opuesta a la afirmación de Jesús fue la tímida y temerosa
negación de Pedro apenas seis versículos más adelante. Pedro se echó
atrás, maldiciendo, jurando, y negando que él había conocido a
Cristo. Si "temer a la gente es una trampa peligrosa" como
Proverbios 29:25 declara, entonces Pedro cayó de cabeza en esa
trampa. ¡Qué cambio podemos observar en la vida de Pedro, sin
embargo, cuando se puso de pie en el día de Pentecostés, exigiendo
el arrepentimiento de los hombres que habían crucificado a Cristo!
Josué y Caleb demostraron la misma audacia cuando se enfrentaron a
toda una asamblea que estaba a punto de apedrearlos (Números 14:10).
Nunca dejes que el temor del hombre te intimide en tu hora más
importante. Otros pueden correr, esconderse, y negar, pero hay que
mantenerse erguidos y ser audaces.
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